Época: Bronce Final
Inicio: Año 1300 A. C.
Fin: Año 700 D.C.

Antecedente:
Las artes durante el Bronce Final en Europa

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

La expresión artística del hombre prehistórico se manifestó en el medio agreste, en las rocas de un paraje montañoso, en las paredes de las cuevas naturales, sobre piedras glaciares, etc., con un formulismo propio de su mentalidad, pero esotérico para el observador contemporáneo. Discos, laberintos, cazoletas, reticulados, manos, símbolos corniformes, etc., constituyen un repertorio iconográfico abstracto, connatural con el arte rupestre, intemporal y extensible -en Europa- a Escandinavia, Bretaña, Escocia, Irlanda, Galicia, la Lombardía o Malta.
En la Edad de Bronce, los conjuntos de grabados rupestres más relevantes son los de los países nórdicos y valles alpinos. En ambas zonas la iconografía de las rocas se complica entonces. Hacen su aparición las figuras humanas y de animales, las armas, los carros y los barcos. Esta representación figurativa se encuentra integrada en escenas de caza, de guerra, de danza, de labor, de procesión, etc., enormemente vitales y expresivas. El arte rupestre desarrolla una temática consustancial con los valores más importantes de la existencia de sus artífices, pero su mensaje, pasados tres milenios de separación temporal, no es siempre descifrable. Por esta razón, los motivos del arte rupestre se califican de signos; las figuras entran en la vertiente simbólica, y las escenas contienen alusiones rituales.

No es sorprendente, pues, que en este contexto salgan a relucir los mitos y los cultos ancestrales y eternos de la fertilidad de los campos y de las especies; de la magnificencia del sol; de la lucha humana por sobrevivir y prosperar, etc. La expresión de los mismos se hace de forma alegórica, y no siempre discernible, pero con la espontaneidad que caracteriza a un arte motivado por impulsos espirituales.

Desde el punto de vista estilístico, los conjuntos responden a una mano diestra y entrenada en esa clase de representación. Aunque vital, expresivo y espontáneo, el grabado de las figuras supone la existencia de artistas preparados para tal cometido. Tales artistas tienen encomendada una misión que realizan con experiencia. Prevalece en este arte la intención de la pura representación, y el afán de mostrar imágenes, cualquiera que sea su posición e interrelación. Por ello, el arte rupestre de la Edad de Bronce no conoce normas compositivas, o sentido de la congruencia escenográfica, pero sí tiene conciencia de su contenido narrativo; por ello, se respetan las proporciones; se realzan y se repiten los temas, los símbolos o las figuras principales; el conjunto se coloca en un concierto libre de imágenes con intención de contar y de incidir en los valores espirituales en los que está comprometido. El dibujo es esquemático, sencillo, como corresponde al medio en que se expresa, pero no cae en la torpeza ni es desmañado. Por el contrario, es ágil y extremadamente eficaz en la transmisión de su contenido ilustrativo. Veamos a continuación las muestras más destacadas de este arte.

En los Alpes Marítimos, cerca de la frontera con Italia, se localiza el Valle de las Maravillas, uno de los conjuntos europeos más espectaculares por su orografía (su emplazamiento alcanza una altitud de 2100-2500 metros, en medio de un paisaje montañoso y lacustre), y por el pulimento que el paso de los glaciares ha dejado sobre estos declives rocosos y estos peñascos. El "Vallée des Merveilles" está situado al pie del Monte Bégo, próximo a la localidad de Saint-Dalmas-de-Tende, y en su haber cuenta con más de 100.000 grabados reconocidos. El conjunto pertenece a una fase antigua de la Edad de Bronce. La asignación cronológica, sólo concluyente en casos excepcionales, se basa en la identificación de los tipos de puñales y alabardas. Estas armas son, precisamente, los temas más repetidos, y tanto como ellas lo son las representaciones esquemáticas de cabezas de buey y los símbolos corniformes.

La figura humana aparece poco representada en el Valle de las Maravillas, pero lo que se conoce ejerce la fascinación que revelan sus nombres: el mago, el jefe de la tribu, sobre cuyo pecho se tallaron los cuernos de un toro; el títere, o el brujo. Este último (le Sorcier), es un rostro de trazos abstractos del que emergen manos alzadas con puñales acostados. Su penetrante poder expresivo le ha hecho acreedor a la condición divina, con poderes cosmológicos. En el Valle de las Maravillas se rendía culto, según esta interpretación, al dios de la tormentas, al ser terrorífico, indomable como el toro, pero también creador y benefactor de la lluvia que fecunda los campos.

Otra serie numerosa de grabados rupestres de los Alpes es la muy difundida y estudiada de Val Camonica (Capo di Ponte), en el sector italiano de los Alpes. Este valle, también producto del fenómeno glaciar, fue cobijo de grabados rupestres durante muchas centurias. El promotor e investigador principal del conjunto, E. Anati, ha podido distinguir diversas fases. A la Edad de Bronce le corresponde la tercera, en la que las composiciones son monumentales, y en la que coinciden armas, símbolos solares, vehículos, y, sobre todo, ciervos.

El lenguaje, una vez más, sin ser obvio, camina por el terreno de la simbología mítica o totémica. El ciervo, en manadas, con cuerpo esquemático y extremidades filamentosas, es un animal regio en la representación por su cornamenta; el ciervo teóricamente pudo compartir los atributos del toro, y ser un animal venerado por su fuerza. Otras interpretaciones también cabrían para este ser de aparatosa cornamenta: un animal propiciatorio; un animal víctima de las fieras depredadoras; un animal predispuesto a la lucha, etc.; en cualquier caso, un animal que enriquece el contenido del arte rupestre alpino. Más tarde, en la fase siguiente de Val Camonica, los cuernos del ciervo los lleva una figura humana con aspecto sobrenatural. Val Camonica es la manifestación de arte rupestre más respetuosa con una tradición artística dedicada a la expresión de ideas y de símbolos. A pesar de la progresión de sus fases y de la renovación de los temas, este arte figurativo permanece estable en un estilo diestro, pero convencional, involucionista por su propia condición.

Suecia (Bohuslän, Ostergötland, Scanie), y las islas danesas de Zealand y Bornholm atesoran la mayor riqueza nórdica de arte rupestre de la Edad de Bronce. Los incentivos humanos que promovieron esta modalidad expresiva podrían haber sido similares a los que condujeron a los grabados alpinos: el culto al sol, a las aguas, al toro, o al animal con cuernos, a la divinidad benefactora de la riqueza agrícola, etc., pero los convencionalismos de este arte nórdico son distintos.

En Bohuslän (Fossum o Vitlycke) la figura humana dominante es un gigante itifálico que blande una lanza o un hacha ceremonial. El hacha elegida para tal menester adopta una pala de alas expandidas (en forma de pelta). Algunas de estas hachas ceremoniales, conocidas en ejemplos reales, salieron de moldes cuidadosamente tallados, capaces de producir ejemplares de singular belleza. Tal es el caso del hacha de Brondsted, en Dinamarca. La lucha de este ser superior se realiza por tierra y mar. En el mar, el guerrero, revestido de un poder especial, se yergue sobre barcos de remos, como los que estamos acostumbrados a ver en las paletas de afeitar, con proa y popa enarbolada en una curva sinuosa, reminiscencia del prótorno de ave acuática. Tales barcos proliferan en los conjuntos rupestres. En las naves de esta clase tenían lugar procesiones y actos de culto. Como asegurándonos de ser ésta su finalidad, tres figuras cornudas lanzan al viento sus "lurer" en medio de una escuadra de barcos de Kalleby, un grabado del grupo de Bohuslän.

Gentes gesticulantes, danzantes, salen a escena en sus barcos. En un ejemplo danés de Engelstrup, debajo de la nave impulsada por dos aves, parece desarrollarse una escena de adoración a un disco. Si todo es como parece, estaríamos ante una manifestación explícita de culto solar. No sabemos si este barco, como símbolo de vida, de movimiento y de prosperidad, fue también objeto de culto por sí mismo; y en caso de que así fuera, tampoco sabemos si, por extensión, esta predisposición religiosa hacia el barco es aplicable al carro. Carros, en buen número, y de dos ruedas, figuran en las rocas de Frannarp, en Scanie, grabados con gran decisión en los trazos. Al repasar la trayectoria de las artes nórdicas de este período y recordar el carro de Trundholm, el sable de Rorby, las navajas de afeitar, los lurer, o las estatuillas de bronce, la iconografía rupestre está en la línea de lo que cabe esperar. Sin embargo, el arte del grabado en la roca tiene personalidad propia. Los temas conocidos han sido ejecutados con un dinamismo envolvente. Las escenas, aunque independientemente, no son aisladas; se integran en una ambientación vital, arrolladora por su actividad. El arte de la expresión pictográfica contribuye, con su lengua, a materializar la espiritualidad del hombre nórdico de la Edad de Bronce.